Lo que les voy a contar hoy tiene mucha historia. Desde chica fui siempre miedosa de las inyecciones y las vacunas. Aun me acuerdo cuando estaba en la enseñanza media y nos tocó una campaña de vacunación de vaya a recordar contra qué bicharraco. El asunto es que luego de haberme hecho la loca hasta el final de la fila, lloré como niñita mientras me pinchaban el brazo, debiendo soportar la correspondiente burla de mis compañeros que no entendían cómo le temía a una inyección y no a llenarme las orejas de aros.
En mi época de universitaria, comenzaron a ponerse de moda los piercings. Obviamente no pasó mucho tiempo antes que decidiera hacerme unos cuantos. Aun tengo las marcas de las perforaciones en el ombligo, la cara, la lengua y los labios. El dolor que me provocaba cada uno hacía más interesante el siguiente. Ahora, se preguntarán ¿no le temía a las agujas? Nunca entendí por qué no me asustaban los piercings pero si las inyecciones.
El asunto de las perforaciones fue cediendo conforme iba madurando, y lentamente fue dando paso a la idea de tatuarme. Mis hermanas ya habían decidido tatuarse con súper buenos resultados, pero el dolor era lo que me hacía dudar.
Hasta que me decidí, esto fue hace un mes atrás, esperé pacientemente que mi amigo tatuador (Sebastián Encina) llegara de su viaje a Bolivia, para hacerme mi primer tatuaje.
Tenía claro que el primero sería dedicado a mi hijita Emiliana, mi magia, por lo que en un juego de palabras elegí la frase “Eres Magia Infinita” (si juntan las iniciales, se forma su nombre Emi). Luego vino la búsqueda de la tipografía, no podía ser algo muy enredado, me dijo el Seba, para que no se perdiera la forma y se entendiera lo que decía.
Llegué atrasada a su casa, para variar, traía el diseño impreso y definitivamente fue descartado por la cantidad de trazos y porque no queríamos que quedara feo. Ahí vino la caminata eterna buscando donde imprimir, luego de vuelta a la casa a buscar una nueva tipografía. Durante el camino hablábamos de las mierdas (shit) del mundo y curiosamente la letra que elegimos se llamaba “Shit Happens”, nos reímos mucho con eso. Ahí caminata de nuevo y la hora pasaba, así que fui por mi hija al jardín para luego volver donde el Seba a lo que sería mi primer tatuaje.
Hasta ese momento, debo reconocer que tenía la panza apretada, el miedo a que doliera demasiado era recurrente y no quería dar jugo como la gente tonta.
Y sin darme cuenta estaba sentada a hombro descubierto, el Seba me marcó el diseño y cuando estaba preparándome para lo que yo creía sería el dolor más heavy del mundo, no sentí absolutamente nada. Se me relajaron los músculos, tensos hasta ese momento, y me dedique a disfrutar ese molesto cosquilleo, casi parecido a una quemadura que duró a lo menos una hora.
Ahí estábamos, Sebastián, su polola Cony (aprendiz de tatuadota), mi hija y yo, riéndonos y viendo monitos, mientras en mi hombro se grababa para siempre la frase que más representa la presencia de mi hija en mi vida.
Dicen por ahí que luego de hacerte tu primer tatuaje, no paras más. Personalmente ya estoy pensando en cuál será el segundo y en qué lugar lo haré. Aunque por mientras sólo quiero pensar en lo lindo que se verá mi hombro izquierdo cuando cicatrice el de ahora.
Finalmente, quiero contarles que he puesto fin a ese miedo que todos contribuyen a formar en una en cuanto al dolor de tatuarse. Que tal como me dijo mi amigo, ya viví el dolor más grande del mundo al traer magia a mi vida, la misma que inmortalice hoy en mi hombro, la misma que hoy me acompañó mirando con extrañeza lo que sucedía. Ya no hay para mí dolor insoportable. Que pase el siguiente.
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