Mi propio espacio para decir lo que pienso, acerca de muchas cosas ... y lo mejor, sin censura!!!

lunes, 30 de enero de 2012

Mi verano naranja (décima columna oficial)

Querámoslo o no se acerca a pasos agigantados la estación del año que todos esperamos, pero que al mismo tiempo tememos. Las altas temperaturas nos hacen usar ropa más ligera, y largarnos a esas rutinas diarias de sol y playa.

Somos privilegiados, tenemos playas maravillosas, comenzando por Cavancha, nuestra carta de presentación en el resto del país y en el mundo. Y es precisamente donde concurrimos en masa cuando “las calores” comienzan a incomodarnos en nuestras casas.

Pero, eso de ir a la playa, lejos de ser in relajo, se ha transformado, al menos para nosotras las iquiqueñas en un suplicio, una tortura que comienza más o menos en septiembre, luego de los asaltos de Fiestas Patrias y que nos conduce, también en masa a los gimnasios o para las de menos presupuestos a correr, también por Cavancha. Y nos encontramos con que todas las noches este hermoso lugar se sobrepobla de “deportistas” que sudando llegan desde el Casino hasta “La Punta”, con la ilusión de lograr llegar al peso ideal, ese que te de la posibilidad de usar tu tan soñado Bikini.

Pero como el deporte se nos hace poco, nos vemos envueltas en una vertiginosa búsqueda de la pastilla mágica, la famosa adelgazante. Esa que te promete inhibir el apetito, quemar grasas, abdomen plano y hasta un bronceado perfecto. Y no nos interesa si es en una cadena de farmacias, en la naturista, o en los puestos del mercado, donde la encontremos, la idea es tenerla, tomarla sagradamente y esperar impacientes los resultados y evitar el llamado, Efecto Rebote. (Ilusas)

Y como si el deporte y las pastillas no fueran suficientes, nos inventamos una dieta. Y como sufrimos con esas dietas, porque eliminamos de forma tajante nuestras grandes tentaciones, las pizzas, los churrascos, las papitas fritas y todas esas cositas ricas que de aburridas nos comemos en cantidades astronómicas. Lo peor es que cuando logramos dominar esa bestia interior que nos ruge de hambre durante días, no falta la amiga regia esbelta (maldita) que nos telefonea, invitándonos a salir. Y dónde nos invita? A comer sushi, y cómo vas a decir que no, a esos rollitos de arroz con queso crema, salmón, palta (mierda me esta dando hambre!) y el infaltable happy hour, una mezcla de carbohidratos, grasa y alcohol que indudablemente no queremos de vuelta en nuestra vida. En el peor de los casos decimos que sí y mientras comemos y bebemos, lejos de divertirnos, vemos pasar por nuestra mente esa bendita lista de calorías y luego comenzamos, de forma casi matemática, a calcular los kilos que subiremos solo con esa pequeña e inofensiva salida nocturna, nos vamos derrotadas a casa, quejándonos de nuestra debilidad de espíritu y de lo mala amiga que es esa flacuchenta que no se preocupa de nada más que de elegir el color de su bikini.

Y así pasan los meses y por más que nos pesamos sagradamente, cada una hora, el peso no ha variado y aunque tus amiguis te dicen que estás flaca, tu sigues viendo a la misma modelo extra linda en tu espejo. Aquí es cuando entran en juego las cremas reductoras, esas que cuestan carísimas pero que son nuestro ultimo esfuerzo.

Llegó Diciembre y ya no soportamos el calor, algunas ya piensan en abandonar la pelea, otras se mantienen firmes y creen en un milagro. Comienzan las festividades de fin de año y los asaditos con piscina, los paseos de amigos y familia se hacen abundantes y no sabes aun si insistirás en el traje de baño de dos piezas (ese del que tienes fotos y fotos) o el entero (que por mas estiloso que sea, sigue siendo para gordis), sólo sabes que por mientras el pareo que te cubre desde el cuello hasta los tobillos no te lo sacan ni con la fuerza publica.

Inexorablemente llega el verano, y no puedes inventar más excusas para no sacarte la ropa en la playa. Demás está mencionar que contra todo pronóstico te compraste el dichoso bikini. Todas tus amigas (sí, esas que has llegado a convencerte viven de agua y lechuga) ya están en el agua disfrutando y tú sudando como puerco debajo del quitasol. Comienzas por sacarte el short y ahí sientes, imaginariamente, todos los ojos de los bañistas sobre ti. Tendré celulitis, mmm deben ser las estrías, uuuu ese tipo de allá se esta riendo de mi. Te armas de valor, comienzas a sacarte la camiseta, con miedo de hacer el ridículo. Bien, ya nadie mira, quizás es tu imaginación. Y mientras t dispones a pararte para caminar rápidamente a la orilla… pasa una gorda 10 veces tu talla con un bañador diminuto, feliz paseando sus enormes curvas y eclipsa tu gran momento.

Chicas, mientras nosotras nos preocupamos del peso, ellos no están pensando en cómo nos veremos, ni en bajar esa enorme ponchera que llevan por delante. Están planificando una suma inimaginable de asados, en beber cuanta cerveza sus vejigas les soporte y en todas las pichangas que puedan jugarse.

Sí, estoy haciendo ejercicio, estoy tomándome unas pastillas tres veces al día y a ratos intento hacer una estricta dieta. Pero ojo, por mi y no por ellos.

Saben por qué? Porque se acerca mi verano naranja y voy a pasarlo bien.

Me lleva por quina (novena columna oficial)

Sí, soy iquiqueña y no, no tengo auto. Primera declaración para quienes se lo pregunten a medio leer esta columna. Y no es que reniegue de mi ciudad, a la que amo con todo mi corazón. Pero de que estamos rodeados de flojos lo estamos.

Para quienes andan “a pata” como yo me entenderán, los que tienen su tocomocho, hagan el ejercicio un par de días y terminarán dándome la razón (plis, deje su comentario para saber que en verdad tengo la razón).

Iquique es la ciudad que más automóviles tiene, es cosa de mirar fuera de las casas más humildes que, aun siendo de Cholguán, tienen su joyita estacionada en la puerta. Y como el iquiqueño es ingenioso (más que cualquier otro chileno), para invertir su platita en algo rentable ¿qué hace? Se compra un colectivo y lo maneja en sus ratos libres o simplemente contrata a alguien que le haga la pega. Entonces nos encontramos con un alto flujo de autos negros con techo amarillo (taxis) o negro entero (colectivo) paseándose… perdón, trabajando por las callecitas de nuestra hermosa ciudad.

Aquí es donde parte esa molestia generalizada en nosotros los iquiqueños, y digo nosotros porque Twitter que todo lo dice me ayudó a descubrirlo. La gran pregunta es ¿para dónde van los colectivos que, estando desocupados, te dicen que no cuando los paras?

Todos los que trabajamos cumplimos un horario y tenemos obligaciones que debemos cumplir en ese horario, sacar la vuelta a veces resulta imposible, como en mi trabajo por ejemplo. Así mismo estos maestros del volante se podría decir que desde que se salen de su casa con la consigna “voy a trabajar” y se suben a su instrumento de trabajo, hasta que llegan a su casa con la recaudación diaria, entendemos que están en su horario laboral; y por ende, deben hacer su pega, cual es trasladar a quienes celebren con ellos ese contrato consensual de transporte del cual alguna vez ya hable en una columna vieja de mi blog. (jejeje deben leerlo)

Luego nos encontramos con estos “sacadores de vuelta” que sólo dan vuelta por la ciudad esperando el recorrido perfecto, para decir “sí”. Pero y quienes tenemos que ir a Zofri, al sector sur, al Hospital ¿qué hacemos? Tenemos que esperar que un taxista de buen corazón nos diga “bueno, pero voy a tal parte primero”.

Me ha tocado escuchar muchas veces en la radio política que escuchan en mi casa los descargos de los taxistas y colectiveros de la ciudad, donde reclaman porque sube la bencina y aun se mantiene la tarifa de hace no sé cuántos años. Y cómo no les va a preocupar si gastan bencina sin trabajar. Señor, trabaje como corresponde, si le toca ir a Chuchunco piense que es trabajo y el trabajo dignifica, y no gastará bencina inútilmente.

Y en esta variopinta fauna de colectiveros, también encontramos a los resentidos, esos que se suben al auto pensando en que odian su pega y tratan de hacérselo saber a quien tiene la mala suerte de subirse por casualidad a su vehículo. Así encontramos desde el que se lamenta de su mala suerte de ser taxista hasta el que te reclama porque le pagaste con 2 lucas y viene recién saliendo y no tiene vuelto. Otras veces el primer caso se confunde con el segundo y nos resulta un taxista resentido de quizás qué cosa y como está enojado no lleva a nadie y gasta su bencina en dar vueltas y luego reclama.

Como no soy de las que se queda callada, muchas veces le he pelado el cable al amable que luego de 10 “no” me lleva a mi casa sin reclamar. Típico que te dicen “pero señorita usted si ve que viene vacio tiene que subirse nomás y si le dice que no le toma la patente y lo denuncia en la Seremi”… seamos realistas, quién se da la paja de anotar 20 patentes diaras y llevarlas sagradamente a la dicha oficina para que los multen? Nadie! Y lo que es peor, nos quedaríamos sin locomoción colectiva durante unos cuantos días. Porque el que te aleona a que denuncies el día anterior se encasilló en alguno de los dos tipos de arriba.

Creo que más que denunciar deberíamos emplazar a la autoridad competente a fiscalizar realmente el servicio de locomoción colectiva, que realmente usan el colectivo para trabajar y no para pasearse con la patas negras, para hacer las comprar o simplemente para sacar la vuelta. O quizás realmente sea buena idea anotar las patentes, y organizar una demanda colectiva juntando las denuncias en una sola.

Como sea, creo que no tenemos que quedarnos callados, es una irregularidad y es necesario hacerla notar. Nos organizamos?